Cuéntame un cuento
Aviso a navegantes:
Todo lo aquí relatado es completamente obra mía y por lo tanto cualquier coincidencia con la realidad o cualquier otra cosa que a quién esté leyendo esto se le ocurra, es pura coincidencia.
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"Abuela, cuéntame un cuento, uno que sea bonito."
Ella sonrió y movió su mano para que fuese hacia su mecedora y me sentase a su lado. Sabía que adoraba sus historias, y aunque ya no soy un niño, me siguen encantando sus relatos. Además, cada vez que me cuenta uno, asegura que están basados en hechos reales, más concretamente, en su vida, y aunque mi madre le dice que no me cuente esas cosas porque "me comen la cabeza con fantasías raras", yo no le hago caso, y cada vez que me quedo en su casa los sábados por la noche, le hago esa misma petición, y ella, con su sonrisa, empieza a relatarme algo nuevo. Obviamente, esta no iba a ser una excepción.
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"Cuando era una niña, vivía con mis padres en un precioso pueblo donde, fuese la hora que fuese, siempre había vida: los niños jugaban en las calles y en los parques, los agricultores cultivaban los más sabrosos vegetales junto con la fruta más apetecible y saludable del mundo; a veces, los jóvenes los ayudaban con el trabajo que suponía mantener esos productos, y a cambio, les regalaban alguno de esos manjares; el olor del pan recién hecho, siempre se podía notar en el aire por las mañanas; los músicos inundaban cada rincón con hermosas melodías, muchas veces la gente bailaba a su son como si de una fiesta se tratase, los animales pastaban en los campos más verdes que puedas imaginar, pero lo más impresionante, eran las vistas al Gran Azul que se veían desde donde nos encontrábamos..."
En ese punto debió de ver que mi cara era una mezcla entre extrañeza y admiración, pues nunca había oído hablar de algo así:
"¿El Gran Azul?, ¿eso que es, abuela?"
Ella no perdió su sonrisa y me lo explicó:
"Imagínate que tienes un balón muy grande, muchísimo, y lo llenamos casi en su totalidad de azúcar, y el hueco que nos queda, de caramelos. Pues bien, esa parte de los caramelos serían nuestros continentes, y la que ocupa el azúcar, pertenece al Gran Azul: una gran masa de agua, casa de muchas especies marinas, como los tiburones, delfines, medusas, o del animal más hermoso que vi jamás: la Gran Ballena Azul."
Mi cara desbordaba emoción, era todo tan bonito... ¿y cómo dijo que se llamaba?, ¿"La Gran Ballena Azul"?, pues sí que el nombre sonaba a un animal muy hermoso...
"Cuéntame más, por favor, ¿cómo era ese Gran Azul que veíais?, ¿podíais ver a esa ballena?"
"Cuando hacía sol, los rayos se filtraban a través del agua y hacían unos destellos dorados preciosos, pero cuando hacía mal tiempo, podía llegar a ser muy peligroso para nosotros estar en él, pues así como había que admirar su belleza, también había que temerlo. Y en cuanto a la ballena, no, no pasaban por allí, pero tuve la oportunidad de ver un grupo de ellas una vez, fue una experiencia inolvidable y maravillosa, creo que nunca viviré nada igual jamás."
"¿Cómo fue abuela?, ¿tuviste miedo?"
"Al principio claro que sí, me asusté un poco, pero apenas me duró esa sensación... Fue una vez en la que tuve la suerte de ir a una expedición con un grupo de amigos, estábamos estudiando el comportamiento de estos animales, y entre todos, conseguimos los permisos necesarios y una lancha para ir en su busca y verlas con nuestros propios ojos. Tuvimos que esperar mucho tiempo, pero esa espera valió cada segundo: justo hoy, a esta hora de la tarde pero del mes de mayo, tres ballenas azules se hicieron presentes justo delante de nuestros ojos: se movían despacio pero de forma muy elegante, una al lado de la otra, saliendo y entrando una y otra vez en el agua cristalina, mientras emitían sonidos de diferentes frecuencias, al principio no les encontrábamos sentido, pero después nos dimos cuenta de que estaban cantando, sí cantando, una melodía muy harmoniosa, recuerdo haberme quedado embobada mirándolas durante un buen rato, fue hermoso, muy hermoso... no, no tuve en ningún momento miedo, ¿sabes?, ojalá pudiese enseñártelas en persona, que pudieses vivir ese momento."
"¡Ojalá eso ocurriese!, parece todo tan... mágico... ¡cómo desearía ver, por lo menos, toda esa agua junta!"
Cuando dije esa última frase, su cara se iluminó y me miró fijamente a los ojos.- "Prométeme de corazón que no le dirás nada a tu madre."
"¿De esta historia?, como si fuese a creerme... si se lo digo seguro que me va a acabar prohibiendo venir a verte... no, no se lo diré, te lo prometo."
"¿Nada de nada?"
"Nada de nada, de verdad, prometido abuela."
"Muy bien, entonces ven, quiero enseñarte algo."
Se levantó de la mecedora y me llevó hasta una de las ventanas de la estancia que, desde donde me alcanza la memoria, llevaba cubierta con una tela y a la que jamás se me permitió acercarme, bajo ningún concepto podía hacerlo, pues de lo contrario, me castigarían para el resto de mi vida sin ver a mi abuela, y eso no lo deseaba por nada en el mundo, así que seguí siempre esa norma.
"¿Abuela?, ¿porqué me has traído hasta aquí?, no quiero que mi madre me castigue si nos ve..."
"Si eso pasase, yo asumiría la culpa, no te preocupes por eso; lo que hacemos aquí es algo que llevo queriendo mostrarte desde hace tanto... más o menos desde que nos mudamos aquí, y creo que ya es hora de que lo veas, no puedo cumplir nuestro deseo de ver las ballenas, pero sí la otra parte, siempre supe que eras la persona indicada para contarle todo esto..."
Mi abuela, con lágrimas de felicidad en los ojos, agarró la tela por un lado y tiró de ella, dejando al descubierto una ventana del tamaño de un espejo ancho de cuerpo entero, y a través de la que podía ver además del negro abisal del espacio, una enorme esfera verde, marrón y azul que giraba muy lentamente sobre su propio eje, y aunque ambos colores no eran muy llamativos, se trataba de una vista muy bonita.
"¿Qué.. qué es?"
"Es el lugar de donde todos nosotros venimos, nuestro hogar, como el de todas las criaturas que te he relatado hasta ahora, de las aves, reptiles, insectos, de las ballenas... la parte verde y marrón que ves, son los continentes, donde vivíamos tanto los humanos como los animales terrestres, y eso azul, cariño, es El Gran Azul donde vivían miles de criaturas marinas, como nuestras ballenas. Era nuestro hogar, nuestro planeta, La Tierra."
"La Tierra, vaya... es hermosa..."
"... Antes lo era más."
Mi abuela y yo nos dimos la vuelta, sorprendidos, y nos encontramos de bruces con mi madre, pero al contrario de como me la imaginaba, se encontraba como ausente, perdida entre sus propios recuerdos."
"Celia, antes de que le castigues para toda su vida, no ha hecho nada, he sido yo la que ha tirado la cortina, asumo..."
"No te preocupes"- mi madre no le dejó acabar la frase- "sabía que este momento iba a llegar en algún punto de su vida, era cuestión de tiempo que lo hicieras."
"Tú no ibas a hacerlo nunca y ya tiene una edad como para saber de donde viene, no le puedes quitar ese derecho."
"Lo sé, ahora lo entiendo, no debí hacerlo, solo deseaba que fuera feliz, pero está claro que me equivoqué, lo siento cielo."
"Te perdono si tu también me cuentas alguna historia como la abuela, eso me haría muy feliz, ¡quiero saberlo todo para poder volver a casa!"
"Vaya, parece que ha heredado tu espíritu soñador y luchador, ¿eh Celia?"
"Y el tuyo Ágatha, y el tuyo, está bien, ¿qué quieres que te cuente?.
"Cuéntame un cuento, pero que sea bonito."
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